Quevedo, F. de., (1916), Los sueños. Ediciones de La Lectura

CATANDO LIBROS:

Quevedo, F. de., (1916), Los sueños. Ediciones de La Lectura

Poca presentación necesita nuestro clásico. Enérgico, vital, original, libre. En sus "Sueños" hace una versión desenfadada del infierno de Dante en un sueño alimentado por dicha lectura tal como él mismo confiesa: "...uno que yo tuve estas noches pasadas, habiendo cerrado los ojos con el libro del Dante, lo cual fue causa de soñar que veía un tropel de visiones.". 

Vengo ahora mismo de catar el Sueño de las Calaveras. Y copio lo que don Francisco dice con gracia e ingenio sobre una figura típica de los moralistas antiguos: el avaro. Estos últimos siglos de pelagianismo, de luteranismo, de puritanismo y de capitalismo parece que no hubieran quedado más pecados sobre la tierra que los que se cometen de cintura para abajo. Pero no. Hay más. La avaricia es un pecado de los gordos. Dante no bromeaba mucho con ello. Quevedo sí lo hace, al estilo de su "Poderoso caballero es don dinero", pero con ello no resta importancia al asunto.  Juzguen ustedes mismos: 

"Llegó tras ellos un avariento a la puerta y fue preguntado qué quería, diciéndole que los preceptos guardaban aquella puerta de quien no los había guardado, y él dijo que en cosas de guardar era imposible que hubiese pecado. Leyó el primero: "Amar a Dios sobre todas las cosas", y dijo que él sólo aguardaba a tenerlas todas para amar a Dios sobre ellas. "No jurar", y dijo que, aun jurando falsamente, siempre había sido por muy grande interés, y que así no había sido en vano. "Guardar las fiestas", éstas y aun los días de trabajo, guardaba y escondía. "Honrar padre y madre", siempre les quité el sombrero. "No matar", por guardar eso no comía, por ser matar la hombre comer. "De mujeres", en cosas que cuestan dineros, ya está dicho. "No levantar falso testimonio" -Aquí- dijo un verdugo - es el negocio, avariento. Que si confiesas haberle levantado, te condenas, y si no, delante del juez te le levantarás a ti mismo. 

Enfadose el avariento, y dijo: 

- Si no he de entrar, no gastemos tiempo. Que hasta aquello rehusó de gastar. Convencióse con su vida y fué llevado a donde merecía."

¡Qué grande Quevedo!




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