Bruel, Ch y Galland, A., (2011), Julia, la niña que tenía sombra de chico. El jinete azul

 

Bruel, Ch y Galland, A., (2011), Julia, la niña que tenía sombra de chico. El jinete azul

Hablando de género en los colegios (La niña que tenía sombra de chico)

Hace unos días nos vimos desagradablemente sorprendidos cuando nuestro segundo hijo -10 años-, trajo del colegio un libro que nos parece inapropiado por su enfoque general de la sexualidad, por la edad de los alumnos a los que va dirigido y por el contexto en el que se propone la lectura.

El libro se titula "Julia, la niña que tenía sombra de chico", de Christian Bruel y Anne Galland, ilustrado por Anne Bozellec. Se trata de un libro ya antiguo, publicado por primera vez en Francia en 1976. Esto es lo que bajo el título de: "Doce libros LGTBI para niños y niñas tolerantes" decía de esta obra un artículo del Diario Público:

"Dentro de la literatura que aborda la transexualidad infantil, Julia, la niña que tiene sombra de chico trata del sentimiento de rechazo e incomprensión que muchos niños sienten cuando no se comportan como la sociedad espera. Aborda los estereotipos de género, la aceptación personal y la necesidad de encontrar un amigo que nos apoye cuando tenemos ganas de hacer desaparecer esa sombra que no encaja en los que otros quieren que reflejemos."

El libro se enmarca pues -aunque muy temprana y sutilmente- en la corriente de lo que luego ha venido en llamarse "ideología de género" y que considera que la sexualidad humana no se sustenta en la distinción biológica y genética entre hombres y mujeres sino en meras construcciones sociales que, menospreciadas como imposiciones puramente convencionales y totalmente relativas deberían dejar paso a la pura voluntad del individuo. El tono del libro parece suave pero detrás de una poesía aparentemente inofensiva plantea la cuestión de la llamada "identidad de género" de una manera cuando menos confusa. Sus autores podrían haber explicado a los jóvenes lectores cómo dentro de cada sexo existe un amplio abanico de posibilidades y que, por ejemplo, no es necesario ser el prototipo de "princesa Disney", delgada, presumida, pasiva... para ser mujer. Podrían haber argumentado que se puede ser plenamente mujer siendo fuerte, decidida y hasta algo descuidada en el cuidado personal, porque todo eso es parte de la variedad de la vida misma. Debido a lo temprano de su publicación, el libro no llega a entrar en dogma de la transexualidad, pero escogido ahora en nuestro colegio, con la excusa de "un caso cercano", es una lectura que no clarifica las cosas sino que crea más confusión. 

El diálogo quizás más problemático del libro es aquel en el que la niña protagonista, llena de dudas sobre su identidad, se encuentra con un niño que tiene su mismo problema y la conclusión a la que llegan es tremenda: "-Yo creo que se puede ser chica y chico al mismo tiempo. No me gustan las etiquetas. ¡Tenemos derecho! - ¿Tú crees? - Por supuesto que tenemos derecho." El diálogo tiene su parte verdadera pues ciertamente, como venimos diciendo, ni todos los chicos tienen que ser Rambo ni todas las chicas Blancanieves. Pero de ahí a poner en duda la misma identidad sexual precisamente cuando el carácter del sujeto no encaja con el maldito estereotipo "de género" hay un salto cualitativo muy arriesgado. Este libro, como es de 1976, resuelve el dilema con la ridiculización de las imágenes tradicionales (niña bien peinada, chico recio) pero, leído en 2022, cuando está en puertas una aberrante ley trans que prescinde hasta de cualquier opinión médica, se entiende que es un texto que abre la puerta al caos.

Lo peor del libro no es por tanto el libro en sí mismo sino el hecho de que, según se nos ha explicado en el colegio, se haya escogido para alimentar un debate sobre "una realidad" pero ¿de qué realidad estamos hablando?. El debate sobre la transexualidad, especialmente el de la transexualidad infantil es, a día de hoy, un debate ideologizado y altamente polémico y sería deseable que al menos quedara fuera de la escuela pública en virtud de la neutralidad que esta dice mantener. Se nos ha dicho que la escuela es "inclusiva". Perfecto. Pero esa bella palabra no justifica la más mínima toma de partido en un asunto como la llamada "teoría queer" que, repetimos, está envuelta en la polémica y con razón. Recientemente el médico psiquiatra Celso Arango, una de las mayores autoridades en la psiquiatría actual ha afirmado en una entrevista en el diario El Mundo que la ligereza con la que se está afrontando esta cuestión está provocando 

"una explosión, un boom, un incremento exponencial de adolescentes que dicen ser trans, muchos por moda, y no lo son. En nuestra unidad de hospitalización, si habitualmente teníamos uno o dos adolescentes que decían ser trans al año, ahora lo manifiesta el 15%, o 20% de los ingresados. Obviamente no es una cifra normal, no responde a la realidad". Dice además que: "Mezclar el género con el sexo, y dar la imagen de que uno puede elegir el sexo que tiene... No, es una locura. Uno, o es XX, o es XY. Vive como quieras, pero el sexo es el que es, y los médicos tenemos que saber cuál es el sexo de una persona, porque los tratamientos en ocasiones son diferentes dependiendo de uno u otro". 

Los datos nos dicen que más del 70% de los casos de transexualidad infantil no llegan a consolidarse y sus protagonistas se vuelven atrás en la adolescencia. No se trata por tanto de verdaderos casos de disforia de género sino de una manifestación de inestabilidades afectivas propias de los años de pubertad, agravadas cuando existe una desestructuración familiar. Es difícil establecer el daño que esta "moda" -alentada, también, por ciertas lecturas en ciertos colegios- puede ocasionar en los niños más débiles.

De todas formas, hablando de inclusión... ¿para cuándo la inclusión de las familias numerosas, o las católicas? Dicen que "es una realidad de la que hay que hablar". ¿Pero por qué hay que hablar en el colegio de un caso de presunta transexualidad y sin embargo no sería posible hablar de otras realidades de nuestro entorno en las que además tienen protagonismo destacado, año tras año, varios alumnos del colegio como son, por ejemplo, las primeras comuniones? ¡Ah, no, eso no, eso no es inclusivo ni merece consideración! ¿Por qué?

Los primeros responsables de la educación afectivo-sexual de nuestros hijos somos los padres. No podemos renunciar a esta obligación que es, además, un derecho fundamental. Al enviar a nuestros hijos a un colegio público asumimos que, renunciando a un ideario de centro acorde a nuestras convicciones, van a recibir una enseñanza más o menos "neutral". Así es como queremos que se mantenga, especialmente en asuntos polémicos como el presente.




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